¿Qué significa realmente la palabra«dieta»?
Como dice el dicho, somos lo que comemos. Sin duda, la comida desempeña una función esencial en nuestra vida: marca nuestro día a día, suele determinar el modo en que organizamos nuestro tiempo y tiene un impacto significativo en la forma en la que nos sentimos mental, física y emocionalmente.
Solemos hablar de «estar a dieta» como parte de nuestra actitud frente a la comida. La interpretación de lo que es una dieta tiende a sugerir un régimen que se empieza con el objetivo principal de perder peso.
Pero esto puede resultar un tanto engañoso. La pérdida de peso es solo uno de los aspectos de nuestras decisiones alimentarias, y no es siempre la manera más saludable o idónea de alimentarnos.1
El término «dieta» proviene en realidad de una antigua palabra griega que significa «un modo de vida». Tal vez sea el momento de volver a la derivación original de la palabra y ver la dieta como algo mucho más holístico, como una forma completa de enfocar la vida y la salud.
Las dietas para perder peso vienen y van. Probablemente, todos hemos seguido una dieta al menos una vez en la vida, hemos sucumbido al bombo publicitario o hemos cantado las maravillas de alguna de ellas, alterando drásticamente nuestros hábitos alimenticios porque nos hemos visto arrastrados por un sueño.
El hecho de que existan tantas dietas relámpago debería decirnos algo. No hay un atajo fácil. La mayoría de las dietas para perder peso tienen un enfoque incompleto, ya que se centran en incluir o descartar un grupo de alimentos clave. A corto plazo, podría observarse algún cambio inmediato pero, a largo plazo, el equilibrio y la moderación proporcionan resultados mucho mejores.
No necesita ser ningún experto para poder revaluar y reconsiderar su dieta; lo único que necesita es sentido común. Simplemente, sentido común. Tener demasiadas normas acerca de lo que podemos o no podemos comer no suele funcionar. Las dietas llegan a ser tan restrictivas que las terminamos dejando en poco tiempo, pues ansiamos desesperadamente la única cosa que se nos ha prohibido comer.
Para experimentar un cambio duradero, considere la posibilidad de modificar su plan alimenticio por unos hábitos saludables con objetivos alcanzables, así como seguir un patrón liberador en lugar de uno restrictivo. Ajuste el patrón a sus propios instintos. Usted lo sabe bien, ¿le ayudaría el hecho de seguir unas pautas claras o preferiría cierta libertad para improvisar partiendo de directrices generales?
Tomarse un tiempo para pensar en su dieta es una buena oportunidad para educarse a sí mismo acerca de la diferencia entre las grasas «buenas» y «malas», los distintos beneficios para la salud de diferentes frutas y verduras, cereales y aceites, y la importancia de beber agua. Los entresijos de la ciencia nutricional pueden llegar a ser bastante complejos pero, por lo general, la información básica es fácil de digerir (nunca mejor dicho), y permite tomar decisiones positivas acerca de cómo aplicarlo a lo que se come y bebe.
Puede explorar las dietas de otras culturas.2 La dieta mediterránea, desbordante de color y sabor, ha demostrado que puede reducir el riesgo de ese trío de plagas modernas formado por las enfermedades cardíacas, la diabetes tipo 2 y los derrames cerebrales. Las dietas asiáticas, que se centran en el arroz, los fideos, las proteínas de soja y el pescado, pero muy poco en la carne roja o productos lácteos, ofrecen una ruta alternativa.
El conocimiento que obtendrá de todo ello le proporcionará el poder de comprender por qué ha decidido seguir su propia dieta equilibrada y personalizada. Sabrá lo que espera conseguir de ella. Además, si la ajusta a sus propios gustos y expectativas, con objetivos altamente alcanzables, tendrá más probabilidades de seguirla y ver los beneficios que reporta para su bienestar, su nivel de energía y su salud física.